Pictoric Abstractions

(Cusco, 2011)

Oponiéndose al ilusionismo renacentista de la perspectiva en profundidad, Santiago Bustamante certifica, con Kandinsky, cómo el color avanza y retrocede, qué tanto el movimiento empuja y tira, a qué grado los propios trazos suelen ser, siempre, líneas de fuga. Y es que toda aquella mensajería gráfica, con sus vectores y matices, lejos de pretender un código que la ampare o reconforte, de procurar una lectura que la desmonte o interpele, emerge desatada e incontenible, rítmica y palpitante, como un teclado de sentidos ofertado al ludismo y a la interrogación. En primera instancia entonces el observador “remedará” unos movimientos estampados casi por el azar sobre una pared y luego encuadrados, más sabiamente, por la toma fotográfica.

Recuperando la dinámica del action painting y, con él, el protagonismo del que fueran dotados los materiales, los empastes y las texturas, Santiago omite unos escollos figurativos de larga data. Se tratará entonces de romper con el vasallaje al mundo exterior (y su corte de personajes siempre familiares o de paisajes harto reconocibles) y de neutralizar los celebrados motivos que la biografía del artista debía destilar (modo romántico de tematizar los fantasmas del creador genial).

Es justamente al abandonar el mundo de la representación que la imaginería moderna recupera otros rangos de lo visible e intenta, contra

toda resistencia, hacerlos legibles; es al tornar próximos lo real y lo imposible, que el arte contemporáneo desdibuja la brecha entre prácticas cotidianas y quehaceres artísticos, entre tareas rutinarias y vocaciones de alto vuelo. En tal sentido, Santiago Bustamante estaría recuperando, en clave fotográfica y para usos artísticos, lo que manos anónimas o puramente técnicas ya ejecutaron sin más finalidad que la concretada en la simple prueba, vía la constatación instrumental o inscribiéndose en la mecánica del ensayo y el error.

Fungiendo de archivador de formas o como coleccionista de vestigios, el fotógrafo ha fijado lo que unos cuantos muros, casi clandestinos y al borde de la anomia, le reservaban. Notamos por cierto que en cada foto se yergue la singularidad expresiva de un cosmos, lo que de irrepetible guarda cada performance, puntualizaciones quizá determinadas por las efímeras urgencias de un aquí y ahora en continua huida. Más hermética y como sobrevolando el corpus elegido se insinúa, en todas las tomas, una abstracción que en vez de remedar a la canonizada realidad, la colorea y corrige, la sintetiza con cifras y fórmulas, la reformula con quiebres y diagonales.

 

Julio Hevia Garrido Lecca

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